Eduardo Vasco
Trump puede estar abriendo los ojos de muchos latinoamericanos, que ahora ven, cuán dañinas y serviles son las relaciones de sus países con Estados Unidos.
Escríbenos: infostrategic-culture.su
Donald Trump aún no ha asumido el cargo y ya los roces con América Latina están escalando rápidamente. Aquí se presentan cuatro ejemplos recientes que apuntan hacia una tendencia de conflictos políticos sin precedentes entre los países latinoamericanos y caribeños y los Estados Unidos.
El más reciente fue el intercambio de declaraciones entre Trump y la presidenta Xiomara Castro sobre los inmigrantes y la base militar en Honduras. Tras el presidente electo reiterar que planea deportar a un número aún indefinido (pero potencialmente récord) de inmigrantes ilegales de América Central -incluyendo hondureños-, la líder hondureña adoptó una postura audaz y sorprendente.
"Frente a una actitud hostil de expulsión masiva de nuestros hermanos, tendríamos que considerar un cambio en nuestras políticas de cooperación con Estados Unidos, especialmente en el campo militar en el que, sin pagar un centavo, por décadas, mantienen bases militares en nuestro territorio, que en este caso perderían toda la razón de existir en Honduras", afirmó en su mensaje de Año Nuevo.
Estados Unidos mantiene la Base Aérea Soto Cano en Honduras, construida en 1982 durante la dictadura militar terrorista, famosa por sus masacres sumarias en zonas rurales utilizando escuadrones de la muerte. El principal pretexto para construir la base fue combatir a las guerrillas que luchaban contra la dictadura patrocinada por Washington. Terminó la dictadura, las guerrillas desaparecieron, pero la base permaneció.
Hay alrededor de 1.000 personas que todavía sirven en la base, entre militares y civiles, la mayoría de los cuales son estadounidenses. En los últimos años, la presencia militar estadounidense en el país ha servido para desestabilizar el gobierno de Manuel Zelaya -esposo de Castro-, que fue derrocado por un golpe militar-policial apoyado por el Pentágono. El régimen que siguió, considerado una dictadura por el gobierno actual, recibió un gran apoyo de Estados Unidos para reprimir a la oposición y los movimientos sociales que desafiaban la política de entrega de los recursos económicos y naturales del país a empresas estadounidenses.
Un poco antes ya había surgido otra crisis diplomática, más al sur de Centroamérica. A finales de diciembre, Trump amenazó con recuperar el control del Canal de Panamá, al considerar que los aranceles cobrados a Estados Unidos por el paso por el canal eran "altamente injustos". "Este drenaje total de nuestro país cesará de inmediato", añadió Trump.
"Quiero expresar de manera precisa que cada metro cuadrado del Canal de Panamá y su zona adyacente es Panamá, y lo seguiré haciendo", respondió de inmediato el presidente panameño, José Raúl Mulino. "La soberanía y la independencia no son negociables", prosiguió.
El mandatario panameño continuó: "Todo panameño aquí o en cualquier lugar del mundo lo lleva en el corazón, y es parte de nuestra historia de lucha y de una conquista irreversible". Y enfatizó: "Los panameños podemos pensar diferente en muchos aspectos, pero cuando se trata de nuestro Canal y nuestra soberanía, todos nos unimos bajo una sola bandera, la de Panamá".
Al igual que Honduras, Panamá sufre una historia de intensa interferencia estadounidense. Comenzó con la creación misma del país, en 1903, cuando Theodore Roosevelt se dio cuenta de la importancia de construir un canal para el flujo de producción industrial desde Estados Unidos y la recepción de materias primas de Asia. Pero Panamá no existía: era parte de Colombia. Luego se organizó una revolución de colores que pedía la independencia de Panamá. Estados Unidos envió buques de guerra a la región y, cuando el movimiento triunfó, reconoció inmediatamente al nuevo país. Al año siguiente ya se estaba construyendo el Canal de Panamá que sería adjudicado a Estados Unidos. Un claro ejemplo de cómo el imperialismo estadounidense, ya en aquella época, dividía para gobernar.
Cuando Manuel Noriega, un notorio colaborador de la CIA, comenzó a independizarse demasiado del control estadounidense en la década de 1980 -después de que expirara el período de concesión del Canal- Estados Unidos lo acusó de ser un narcotraficante y de amenazar su seguridad nacional. Invadieron Panamá, mataron a un grupo de panameños, arrestaron a Noriega y lo llevaron a Estados Unidos y recuperaron el control efectivo sobre el país.
Aranceles contra México y Brasil
Incluso dos gigantes del continente se enfrentan a amenazas de desestabilización por parte del nuevo presidente estadounidense. A finales de noviembre, un intercambio de declaraciones aumentó las tensiones de Washington con su vecino. Recién elegido, Trump dijo que impondría aranceles del 25% a todas las importaciones procedentes de México y Canadá y que sólo revocaría su decisión si los vecinos detuvieran la inmigración ilegal y el tráfico de drogas.
Entonces, la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, respondió: "Si hay aranceles estadounidenses, México también los aumentará". Luego, los dos tuvieron una conversación telefónica y Trump reveló que su homóloga había "acordado detener la migración a través de México y Estados Unidos, cerrando efectivamente nuestra frontera sur". Sin embargo, Sheinbaum se apresuró a negar categóricamente las afirmaciones del empresario convertido en presidente.
"Si un porcentaje de lo que Estados Unidos dedica a la guerra se dedica a la construcción de paz y desarrollo, estará apoyando el movimiento de personas", escribió Sheinbaum en una carta a Trump.
En cualquier caso, las autoridades mexicanas están preocupadas por las primeras medidas que podría tomar la nueva administración de su vecino del norte. Ya se está enviando una señal de alerta a la comunidad mexicana en Estados Unidos, para que presten atención a mensajes urgentes en caso de peligro.
Pero no fue sólo México el que se vio amenazado con aranceles comerciales. El 16 de diciembre, Trump citó a Brasil por su nombre como ejemplo de un país que sufrirá nuevos impuestos. Poco antes ya había anunciado su intención de imponer aranceles del 100% a los productos importados de los países BRICS, si implementan las ideas de desdolarización de sus transacciones comerciales. El ministro brasileño de Asuntos Exteriores, Mauro Vieira, calificó las amenazas de "provocativas".
Brasil también ha tenido desacuerdos en los últimos meses con Elon Musk, quien ahora formará parte de la administración Trump, en la práctica. El magnate de la tecnología ha interferido de manera escandalosa en los asuntos internos del país. El año pasado, la Corte Suprema bloqueó a X durante algunas semanas y la primera dama lo acusó de violar la soberanía nacional brasileña.
Con las declaraciones de Trump, las posiciones intervencionistas de Musk (como también lo está haciendo en Europa) y un Secretario de Estado como Marco Rubio, la tendencia es que las relaciones de Estados Unidos con América Latina observen un empeoramiento significativo respecto a los últimos años -incluido el primer mandato de Trump-. Aunque Washington siempre ha considerado el continente como un patio trasero donde los estadounidenses hacen lo que quieren, los crecientes intercambios con China y Rusia y la presencia de líderes de izquierda (aunque moderada) en varios países probablemente generen importantes fricciones.
Si bien es claro que los países latinoamericanos sufrirán presiones por parte de la nueva administración de la Casa Blanca, la situación tiene un lado positivo que supera al negativo. Es cada vez más evidente cómo Estados Unidos no ve a las naciones del sur como iguales y cómo desprecia a sus pueblos. Las contradicciones abren una gran posibilidad para poner en práctica las sugerencias de Xiomara Castro y expulsar a los militares estadounidenses que están instalados en varios países latinoamericanos para garantizar el control político o desestabilizar a sus gobiernos.
También existe la posibilidad de diversificar las relaciones comerciales de los países latinoamericanos, históricamente dependientes de Estados Unidos, y acelerar el acercamiento con China, Rusia y los BRICS. Es fundamental abandonar la dependencia económica de Estados Unidos, porque es la base de la esclavitud política y de las intervenciones militares promovidas por Washington cuando lo cree conveniente. Al establishment estadounidense no le agrada Trump, entre otras razones, pero principalmente porque sus políticas exponen el funcionamiento del imperialismo estadounidense. Trump puede estar abriendo los ojos de muchos latinoamericanos, que ahora ven (ya templados por su primer mandato) cuán dañinas y serviles son las relaciones de sus países con Estados Unidos. Y que esto tiene que acabar.